Other Texts / Squatting

Berlín 2011: ¿Qué ha quedado de las okupaciones en el movimiento alternativo?

Estimated reading time: 17 minutes

El cuarto encuentro de SQEK (Squatting Europe Kollective) nos ha convocado a finales de marzo en Berlín. La ciudad está cambiando su apariencia a gran velocidad desde que cayó el Muro que la dividió sangrientamente de 1961 a 1989, y no menos mudanzas han ido experimentado estas últimas décadas los movimientos sociales de la izquierda radical. Como siempre, nuestro objetivo en tanto que grupo de investigadores-activistas dista mucho de enclaustrarnos en nuestras disquisiciones académicas por lo que aprovechamos cada encuentro para empaparnos en la efervescencia política de la ciudad y para compartir impresiones con la gente que nos acoge. En esta ocasión podía resultar paradójico que nos reuniésemos en un país donde las okupaciones están, en principio, proscritas y son ferozmente abortadas antes de sus primeras 24 horas de exposición pública. Sin embargo, todavía es posible percibir la estela de una de las oleadas de okupación más interesantes que hubo en Europa hasta 1981, por una parte, y en los años inmediatos a la reunificación de las dos Alemanias, por otra. Y su interés radica en que suscitaron una simultánea actividad represiva y negociadora que no dejó a nadie indiferente. ¿Qué ha quedado de todo aquello, pues? ¿Ha desaparecido finalmente la okupación del repertorio de acción y de identidad de la izquierda radical de la ciudad?

Carla Macdougall (profesora de historia de la universidad de Rutgers, New Jersey) y Armin Kuhn (politólogo realizando su tesis doctoral en la universidad de Potsdam) fueron nuestros cicerones por algunos de los hitos históricos del barrio de Kreuzberg que, en su mayor parte, quedó del lado occidental tras la escisión postbélica. Partiendo de la Oranienplatz nos indicaron la multitud de edificaciones residenciales que originalmente se habían apelmazado junto a fábricas y almacenes, alojando a humildes inmigrantes alemanes y turcos, y acumulando muchas deficiencias en su habitabilidad durante los lustros posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Desde mediados de la década de 1950 comenzaron a idearse planes de renovación del barrio que suponían drásticas demoliciones en el conjunto del distrito. No obstante, poco a poco las protestas de los residentes empujaron a los sucesivos urbanistas a aceptar procesos participativos y a diseñar, ya en la década de 1970, una rehabilitación general menos agresiva, que no expulsara a la población trabajadora y que recuperara los espacios industriales y los patios dando lugar a los numerosos jardines y parques infantiles que son visibles hoy en día. En aquel período de intenso movimiento vecinal asambleario surgieron múltiples comités -como el pionero SO36 del que hay abundante iconografía en el fascinante museo comunitario de Adalbertstrasse que optaron por las okupación de edificios vacíos como un modo más de intervenir en los procesos de rehabilitación.

Sólo en Kreuzberg, Macdougall y Kuhn estiman en unas 160 las okupaciones de aquel período. De ellas, unas 120 adquirieron posteriormente un estatuto legal y las restantes fueron desalojadas. Al menos cinco casos, como los de Naunynstrasse y Mariannenstrasse (Schokoladenfabrik), se constituyeron como proyectos feministas y lesbianos que han perdurado hasta la actualidad. En realidad, aunque el movimiento urbano tenía por entonces una fuerza social inusitada, la mayoría de colectivos okupantes aceptaron la legalización tanto porque el nuevo gobierno conservador -desde mayo de 1981- no les daba un sólo día de respiro en la ilegalidad, como por las enormes ventajas económicas que les proporcionaba. Si los okupas negociaban un contrato adecuado con la propiedad del inmueble okupado, el gobierno de la ciudad-Estado (Stadt) les concedía amplias subvenciones para renovar el edificio: en torno al 80% a fondo perdido y permitiendo que el 20% restante se aportase en forma de trabajo por parte de los residentes. Al final, las condiciones de cada contrato dependían mucho del tipo de propietario, del estado del edificio y del vigor organizativo del proyecto de cada colectivo okupante, pero, en su mayoría, se firmaron contratos de alquiler por períodos de unos 30 años. Los problemas, por lo tanto, han arreciado cuando los contratos iban expirando y los propietarios se han negado a prorrogarlos o, incluso antes, han alegado su incumplimiento. Los desalojos policiales no se han hecho esperar y a ese fatídico destino se abocó recientemente a Liebigstrasse 14, en el distrito de Friedrichshain, que cerró sus puertas el pasado mes de febrero después de una intensa campaña de protestas que culminó con una manifestación trufada de disturbios y arrestos.

En Berlín apenas hay ya nuevas okupaciones pero estamos en una época en la que se suceden los desalojos de antiguas okupaciones que han subsistido en la legalidad como “hausprojekts”. El caso más sonado en los últimos años lo protagonizaron los habitantes de Yorckstrasse 59. Dos inversores privados, cuyas fotos y viviendas se difundieron ampliamente en carteles de denuncia, se hicieron con la propiedad del edificio y con diversas triquiñuelas legales consiguieron el desahucio en 2005. La respuesta social inmediata fue una okupación de unas dependencias municipales abandonadas en el complejo de edificios de Bethanien, donde se ubican un hospital psiquiátrico, una escuela infantil, un comedor y salas para ensayos de teatro. New Yorck fue el nombre que le dieron al nuevo proyecto que, sorprendentemente, no fue desalojado el mismo día de su apertura pública. Después de dos años de movilizaciones continuas las autoridades municipales temieron un incremento de la tensión y aguardaron cinco días, pero entonces ya era demasiado tarde y la policía se negó a ejecutar el desalojo al margen de los procedimientos legales. Unos meses más tarde el nuevo gobierno de izquierdas del distrito también intentó el desalojo pero enseguida aceptó negociar con los okupas y se firmó un acuerdo por un alquiler mensual de 6000 euros. El New Yorck se dividió entre un “hausprojekt” con 30 habitaciones y un centro social con salas de reuniones. Pagando una renta aproximada de 200 euros cada habitación se consiguen abonar 5000 euros, y los restantes 1000 quedan como responsabilidad de los distintos proyectos políticos y sociales que alberga el centro social, entre los que se han incluido las jornadas de SQEK.

Podrían parecer precios elevados si se desconociese la fulgurante transformación que ha sufrido la ciudad en la última década. En un artículo del número de abril de 2011 de la revista berlinesa en inglés EXB, se registraba un incremento del 4,3% en los alquileres y 5% en los precios de compraventa durante el pasado año. La elitización y la globalización capitalista de la ciudad han sido promocionadas con vehemencia por las autoridades buscando la atracción de turistas, sedes de empresas y capitales inversores. Para ello no han escatimado en recursos públicos con el fin de dotarla de una imagen cultural, urbana y arquitectónica acorde a esas expectativas. Las políticas públicas en favor de la vivienda social asequible, por el contrario, se han resentido notablemente a pesar de haber contado con un considerable patrimonio público en esa materia. Por mencionar una de las enajenaciones más escandalosas, en 2004 se vendieron 60.000 viviendas públicas al lamentablemente famoso banco Goldman Sachs a un precio por unidad de unos 6.100 euros. En 2009 el banco consiguió vender 15.000 de esos pisos a precios que rondaban los 50.000 euros cada uno (Joel Alas, EXB, abril 2011).

Kreuzberg y Friedrichshain son todavía las zonas más populares y de mayor diversidad social de Berlín donde se habían concentrado la mayoría de hausprojekts, aunque en los últimos años su imagen multicultural y su animada vida urbana les han servido también para atraer nuevos residentes, cafés, empresas de servicios, especuladores inmobiliarios y operaciones de regeneración urbana. Es decir, que el incremento de precios y la expulsión de las clases trabajadoras está extendiéndose implacable por sus calles con la consiguiente repercusión en acortar la esperanza de vida de los proyectos de vida colectiva. En realidad, tal como apunta Sara, una de las más longevas habitantes de Rote Insel -el hausprojekt situado en Mannsteinstrasse, en el distrito de Schoneberg, que nos ofreció alojamiento- en algunos casos ha desparecido completamente el “habitar en común” que inspiró a casi todos los hausprojekt en sus albores. Desaparecen las cocinas y las salas comunes, se cierran con llave los pisos y, en ocasiones, se llega a adquirir individualmente la propiedad de las viviendas, olvidando toda relación con los vecinos y compañeros activistas previos. Rote Insel es uno de los proyectos que más se resiste a esa deriva. En una larga conversación con varios de sus miembros y revisando las reliquias de su álbum de fotos pudimos reconstruir los dilemas que se les han presentado a otras experiencias semejantes.

Rote Insel fue okupado en 1981 y, tras muchos debates y rupturas internas, negoció un contrato de arrendamiento con el gobierno del distrito en 1984. Las obras de acondicionamiento del edificio, otrora casi en ruinas, avanzaron muy lentamente y con muchos reflujos que casi anulan la aportación económica pública. Se prolongaron durante diez años y los 25 primeros habitantes vivieron confinados a una cocina y muy pocos dormitorios. En 1997 firmaron como asociación (incluyendo a un centro social juvenil y unos espacios de aparcamiento) un nuevo contrato por 20 años más. Martin, Mufflon, Kathia e Iratxe -algunos de sus actuales residentes con quienes charlamos- consideran que será complicada la renovación del contrato cuando este concluya aunque de momento se concentran en resolver en su asamblea quincenal los abundantes conflictos de gestión que ya comporta todo el proyecto. El edificio tiene una fachada gris y granate, con una medianera pintada alegremente con imágenes y alusiones a los colectivos de la izquierda radical. Tiene dos puertas independientes y en cada piso hay una cocina común, además de todas las habitaciones sin cerradura. En uno de los bloques hay un salón donde se realizan las asambleas y se acoge a los visitantes ocasionales que les visitan constantemente. Excepto Sara y sus hijos, ninguno de los okupas originales sigue morando en el edificio. Al ser preguntados por los conflictos pasados, hay cierta unanimidad en señalara las drogadicciones como principal amenaza a la vida colectiva. Cuando se trataba de heroína, la expulsión era expedita. Sin embargo, declaran que no tienen unas normas de convivencia escritas y que tan sólo se guían por dos principios básicos: la prohibición de la violencia entre ellos y una mínima colaboración en las tareas colectivas. El consumo habitual de drogas, argumentan, suele conllevar relaciones violentas en la comunidad y, por lo tanto, no se permite que sus causantes permanezcan en ella. Limpiar baños, cocinas, escaleras y zonas comunes es algo que se consigue sin turnos fijos, con un poco de presión colectiva informal.

Desde octubre de 2010 se alojan provisionalmente en el salón Aritz, David y Saioa. Han venido de Vitoria a trabajar en Berlín en lo que pueden (empleos muy por debajo de su cualificación debido a su impericia con el idioma alemán) y esperan a que quede libre alguna habitación en Rote Insel para poder establecerse con más comodidad. Junto a Yunai, un arqueólogo turco que escapó del servicio militar obligatorio de su país, y el brasileño Gustavo, se encargan todos los viernes de la “solipizza” en el local del edificio. Vendiendo excelentes pizzas caseras a 2 euros cada una y cervezas a 1 euro constituyen una de las múltiples citas gastronómicas (voku) que se ofertan cada día en los espacios sociales de los hausprojekts, anunciadas puntualmente en la última página del boletín mensual StressFaktor. El mes pasado dedicaron la recaudación a la solidaridad con Liebig14. Son parte de la comisión de Rote Insel que gestiona esta especie de “bar privado” (por falta de licencia legal no está abierto al público y es necesario llamar al timbre para entrar) siempre con fines solidarios. Tampoco el taller de bicicletas está oficialmente publicitado, aunque resulta de utilidad para propios y allegados. Este relativo cierre contrasta con los “centros sociales” de otros hausprojekts muy conocidos y concurridos como el teatro y la sala Clash en el Mehringhof, que antaño fue el principal bastión “autónomo”, o la Schokoladenfabrik donde existe un “haman” (baño y masaje árabe) sólo para mujeres y una cafetería en apariencia indistinguible de todas las demás con aspecto bohemio que se concentran en la zona. Como era de suponer, para algunos activistas esos proyectos de autoempleo pueden caer fácilmente bajo el aura de la despolitización, del consumo y de la gentrification.

A simple vista no es fácil discernir un hausprojekt de cualquier otro edificio. Ni siquiera la presencia de graffitti, frases elocuentes en las fachadas o coloridos murales son un indicio fiable ya que en algunos barrios son prácticas muy extendidas (la campaña RYC -Reclaim Your City- por ejemplo, se puede ver estarcida con grandes letras en muchas medianeras). Sólo la guía de personas involucradas en ellos puede ayudar a bosquejar su localización y las conexiones mutuas que mantienen. Los mencionados desalojos o las amenazas de próximos desalojos (como el que se cierne sobre la Kopi desde 2006) han puesto de manifiesto que todavía suscitan un apoyo amplio entre la izquierda radical de la ciudad. Martin añade que el otro punto de consenso es la crítica contra la elitización (gentrification) y la expulsión de residentes trabajadores. Pero, según este activista, los ejes de división clásicos entre militantes izquierdistas alemanes perduran y hacen mucho daño: el conflicto Israel-Palestina, el recurso a la violencia política, el sexismo y el anti-fascismo. Las negociaciones puntuales con los representantes políticos, por su parte, son aceptadas tácticamente por muchos colectivos aunque se rechacen en general, según la opinión de los miembros de Rote Insel. Dido, un miembro de la organización del Queerruption, indica que hoy en día predominan los grupos anarquistas en el movimiento alternativo de Berlín, coexistiendo con una organización “autónoma”, algunos colectivos punk, varias organizaciones comunistas extraparlamentarias, antifascistas, ecologistas, veganos, grupos de mujeres, artistas y empresas sociales. Más o menos, todo lo que aparece en la publicación regular StressFaktor y que él prefiere denominar simplemente como “movimiento contracultural”. El “May Day” o Primero de Mayo alternativo sigue siendo uno de los puntos álgidos de expresión de las facciones más combativas de ese movimiento en la calle, pero el resto del año no es frecuente asistir a convergencias muy duraderas.

Carla y Armin nos invitaron una tarde a conocer el proyecto Regenbogen Frabik (Fábrica Arcoiris) como otro ejemplo de resistencia y construcción de alternativas de vida social sostenibles y autogestionarias, a pesar de su relativamente precaria legalización. Aun no han pagado ni una sola de las mensualidades de alquiler a las que se comprometieron cuando cerraron las negociaciones con el Senado de Berlín en 1984. Y, sin embargo, hace poco han conseguido de esa misma entidad una subvención de 100.000 euros para arreglar los tejados y remodelar su salón de teatro y cine al que acuden espectadores de toda la ciudad. Andy, uno de sus más veteranos animadores, nos relató, prolijo, que el contrato firmado incluía la responsabilidad de los okupas en la descontaminación del suelo del patio. Ahora hay un parque infantil situado en el centro de la parcela y Andy asegura que la contaminación ya es mínima y que la tierra se analiza regularmente. El día de la visita -miércoles- tanto el taller de bicis como el de carpintería estaban restringidos exclusivamente para las mujeres. Además de un café-restaurante abierto al público en general en la calle Lausitzerstrasse 22, al lado del canal del Spree que atraviesa Kreuzberg, entre sus variadas iniciativas se cuenta un “hostel” con precios muy asequibles (de 10 a 38 euros por noche) en el que, aplicando a rajatabla el principio de “auto-ayuda”, se solicita a los huéspedes que limpien sus habitaciones.

Las viejas instalaciones fabriles y el bloque de 18 viviendas adyacente que constituyen Regenbogen Fabrik se okuparon en 1981 por unas 50 personas. Las motivaciones de aquellos jóvenes eran ya diversas en sus inicios: desde quienes deseaban experimentar con formas colectivas de convivencia y compartiendo la maternidad, hasta quienes la concebían como una lucha contra las políticas municipales de vivienda. Fueron el germen del partido verde en la ciudad y recibieron también su apoyo cuando aquel obtuvo cargos municipales representativos. Eso puede explicar, en parte, su anómala supervivencia que, incluso, les obligó a reokupar el espacio en 1991 cuando la propiedad pasó de manos privadas a manos públicas (eran tiempos en los que no había llegado a su fin el reflujo de la ola de okupaciones en el antiguo Berlín Este). Actualmente tienen un contrato por 30 años más y colaboran con los servicios municipales de educación infantil y de desempleo, pero las autoridades, según Andy, no cejan en sus intenciones de privatizar este vibrante centro social (la mayoría de las viviendas, no obstante, parecen más consolidadas y ajenas a ese acoso).

En su repaso a casi tres décadas de activismo en Berlín, Sara, de Rote Insel, constataba: en la década de 1980 nadie tenía un empleo, en la actualidad casi todo el mundo está trabajando y queda poco tiempo para dedicarlo a la política. El Estado de Bienestar ha reducido sustancialmente las rentas básicas que proporcionaba antes a los desempleados que se dedicaban a tiempo completo a la agitación y a construir formas de vida alternativas. Andy también incidía en este punto y señalaba que cada vez son mayores los requisitos a los desempleados exigiéndoles prácticas, formación y la aceptación de trabajos que algunos militantes han preferido cumplir en empresas sociales como las de la Regenbogen Fabrik. Berlín está dejando de ser la ciudad barata que era antes de su intensiva globalización urbanizadora y cultural y la infraestructura política constituida por los hausprojekt, al menos, proporciona cientos de alojamientos asequibles y recursos comunes a buena parte de la izquierda política de la ciudad. Las okupaciones que están en su origen, en definitiva, no han desaparecido de la memoria colectiva e, incluso, se siguen esgrimiendo en momentos puntuales. Hace mucho que dejaron de ser un ingrediente fundamental de su identidad política, pero la intensa lucha que auspiciaron es reconocida como la fuente de los modelos de convivencia alternativos y de crítica a la ciudad capitalista y elitizadora que de nuevo afila sus garras contra quienes la sufren o contra quienes disienten de ese modelo. El campamento instalado en los últimos meses por quienes defienden las riberas del Spree frente a la especulación urbanística, se enmarca en los movimientos urbanos actuales que siguen recurriendo a la okupación como una herramienta política útil y transformadora, aunque ocasional debido a las fuertes restricciones legales a las que se enfrentan y a la no menos condicionante huella de toda la pretérita institucionalización. Por eso, con todas las contradicciones y recesos que también han marcado al movimiento alternativo de Berlín, el encuentro de SQEK se enriqueció con todas esas complicidades y con los conocimientos in situ que alientan, necesariamente, la construcción teórica colectiva en la que estamos embarcados. [Alan W. Moore, uno de nuestros miembros más inquietos y que acaba de presentar una exposición en el Rota Flora de Hamburgo, ha publicado su propia versión en inglés de estas peripecias y descubrimientos: http://occuprop.blogspot.com En breve se actualizarán los archivos y el espacio web de SQEK, aunque hay una lista de correo electrónico mediante la que se puede contactar: squattingeurope@listas.nodo50.org]

Published: 8 April 2011
Keywords: Activism, Fieldwork notes